EL Río Tajo EN BICICLETA
Cuarta Jornada: Sacedón - Estremera

Saltos del Cifuentes

El viajero, previsor, ha desayunado a eso de las nueve, churros con chocolate. Comienza su camino hasta alcanzar la parte baja de la presa para encontrarse, de nuevo, con su viejo amigo el Tajo. Lo encuentra algo desmejorado, ha perdido su color verde esmeralda –como si se lo hubiera robado el pantano-. Ahora más gris, sin fuerza, formando enormes meandros de ocre carrizal. Los árboles deslucidos, asimismo grises, sin hojas. El matorral, gris también. El color lo ponen las aves acuáticas –hay muchísimas- que vuelan espantadas a refugiarse entre la vegetación de ribera. Unas diminutas huertas, salpican de cuando en cuando, la orilla. Empiezan a proliferar algunas extemporáneas segundas residencias.

Poco a poco, el páramo se transforma en una magnifica dehesa de encinas centenarias. Bandadas de palomas, en una explosión de alboroto y prisa, abandonan los árboles próximos a la carretera. Se destaca entre la bruma el roquedo castillo de Anguix, ancestral vigilante del río y sus gentes.

Sayatón y Bolarque, a uno y otro lado el camino. De aquí parte el agua, que pese a las previsiones, no logra saciar la sed del Sureste. 

Amenazante, como pájaro de mal agüero, con sus cimientos incrustados en el fango, esta la central nuclear de Zorita. Pasa el viajero casi sin mirar, como si esto bastara para hacerla desaparecer. Sube un pequeño cerro para descubrir un paisaje de recogida belleza: Zorita, su castillo y el Tajo. Pequeña villa poblada de recuerdos. Vivió la Encomienda de Zorita esplendorosos tiempos con el cidiano Alvar Fáñez. Después con los Caballeros de Calatrava. Moriscos y mudéjares poblaron su historia. A la sombra de los restos de su altivo castillo, situado sobre un cerro rocoso; sus casas arrebujadas, casi moribundas, ven pasar el tiempo y las aguas del Tajo.

Come el viajero en un balcón colgado sobre el río. Chorizos blancos y rojos con vino recio. El río lame, en una amplia curva, los pétreos hogares. Aguas arriba una pequeña barca de color verde chillón, en contraste con el profundo esmeralda del río, sirve para pasar a los vecinos a los campos aledaños. Olmos, sauces, carrizos y patos sirven para terminar el cuadro. Aquí, sentado con la taza de café en la mano, siente que todo esfuerzo realizado merece la pena.


Recopolis

Recopolis asentada en el cerro del Águila, fundada por Leovigildo en el siglo VI, depara unas vistas Maravillosas. Los distintos verdes y ocres de los campos de labor contrastan con toda la gama de grises del bosque de ribera. El amarillo verdoso de los carrizos con el verde pálido de los sauces. Todo ello hendido por la cinta de profundo verde esmeralda del río.

Las arcaicas piedras esparcidas por el suelo, los arcos en difícil equilibrio, todo recuerda al viajero la fugacidad de la existencia.

Deja las meditaciones a parte, y abandona las ruinas visigodas de Recopolis por un camino franqueado de olivos hasta reencontrarse con el Tajo. Continua por una ancha vega toda sembrada de barbechos. Pincha, repara y casi se ducha –estaba la bomba repleta de agua del Cabrillas-. Continua por el estrecho y bello embalse de Almoguera. Lugar de nidificación, reposo migratorio y refugio de invernada de miles de aves. Sube por la ladera izquierda hasta salvar la presa y continua por la carretera de Illana.

En la piscifactoría que hay a la derecha, según se va, se pueden pescar truchas gordas. No tanto como la que vio sacar el viajero, un poquito antes a un satisfecho pescador, en el canal de entrada. Poco después, a continuación de un alto, se abandona la carretera por una pista agrícola. Hay que buscar la Casa del Soto. Después la Casa de la Puebla. Fácil es decirlo. Lo difícil hacerlo. Las fincas se roturan, siembran, se vuelven a roturar. Se compran, se venden, se concentran, se parcelan. Se roturan de nuevo... ¿Y los caminos?. Se abandonan, se deshacen, se crean nuevos para nuevos sitios. El viajero como era de esperar se pierde. Desespera. Tira para donde Dios le da a entender. Pregunta en una central que eleva y potabiliza agua para Guadalajara.

-Por ese camino, todo recto, llega a la carretera de Illana a Estremera y luego a la derecha.

Continua, se encuentra a un labrador entronizado en su tractor, que le mira desde su atalaya con aquiescencia.

Vuelve preguntar.


Embalse de Almoguera

-Por ese camino, señala dirigiendo su brazo hacia un campo sembrado; todo recto, sin dejarlo, llega usted a la presa de Estremera.

El viajero mira. Vuelve a mirar y sigue sin ver.
-Esé, Señala de nuevo el hombre algo ofendido ante la falta de perspicacia del viajero.
-¿Por aquí?.
-Sí, todo recto.

El “camino”, no es más que una insinuación entre sembrados y barbechos, lo sigue con dificultad. Pasa junto a una casa abandonada; continua, para encontrarse casi con sorpresa con el embalse.

-Buenas tardes.
-Buenas. Contesta un hombre mayor y más bien menudo, en una casa también pequeña con un jardín minúsculo, en el mismo entronque de la presa.
-¿Es este el embalse de Estremera?.
-Esté mismo. Ahora trae poca agua, pero para abril se desborda toda. ¿Hace una cerveza?.

El hombre tiene ganas de hablar. Es tarde y el viajero no debería entretenerse, pero lo piensa mejor y acepta. Tomada la refrescante cerveza y después de un rato de conversación se despide de este amable vecino y reemprende la marcha.

El firmamento va cambiando del naranja al plateado hasta transformarse en un negro profundo del que cuelgan las estrellas. La luna ilumina el asfalto transformándolo en cinta de plata. Cruza el Tajo por un elevado puente al que la oscuridad no deja ver el fondo. Comienza una prolongada subida. De pronto un coche se detiene a su lado.

-Pero hombre como va así, de noche y en bicicleta. El viajero, impulsivo, esta a punto de contestar: que como la da la gana. Pero se contiene.
-¿A donde va?.
-A dormir a Estremera, si no hay inconveniente. Contesta con sarcasmo.
-Eche la bicicleta, que le llevo.


Castillo de Anguix

Sorprendido, no se lo piensa dos veces y acepta. No siempre aparece un buen samaritano. Introducir la bicicleta en el maletero parece misión imposible, pero sin apenas saber como, lo consiguen. Eso sí, más de media queda fuera, colgando. Esta sujeta por las alforjas, quizás aguante hasta el pueblo, ya queda poco.

Se queja el buen samaritano de lo pequeños que son los maleteros. Lo lleva hasta la puerta del hostal y espera allí, por si no hay habitaciones –se ha ofrecido a llevarlo hasta el siguiente pueblo que hay un par de hoteles-.

Al buen samaritano y al viajero nadie los ha presentado, sin embargo, se sienten amigos. Tampoco saben como se llaman, pero no importa, las obras delatan a los hombres.

Cena el viajero una muy buena ración de oreja con salsa picante entre otras cosas, –mucho tiempo hacia que no la probaba- y se va a la cama.

Guía Práctica

Salida: Sacedón
Llegada: Estremera
Época: Todo el año.
Porcentaje de ciclabilidad: 100%
Dificultad: Media
Distancia: 70 Km.

| Inicio | Etapa 1 | Etapa 2 | Etapa 3 | Etapa 4 | Etapa 5 |
BICIMUR - Amigos de la Bicicleta de Murcia 2006
Maquetación con Hojas de Estilo en Cascada CSS © 2005 Raúl Pérez