EL Río Tajo EN BICICLETA
segunda Jornada: Peralejos de las truchas - Zaorejas

Alto Tajo

El viajero duerme hasta tarde, no hay prisa. Espejea aún la escarcha con los primeros rayos del sol cuando se levanta, desayuna y al camino. Le espera una larga jornada, pretende llegar a Zaorejas, único lugar con alojamiento en esta parte de la ruta.

El corazón del Alto Tajo en el extremo oriental de la provincia de Guadalajara, terreno accidentado donde los ríos: Tajo, Cabrillas, Hoz Seca, Gallo y Bullones forman majestuosos cañones de agreste belleza.

Sale el viajero del pueblo, por la carretera de Poveda hasta llegar al puente del Martinete, para dejarse seducir por una sugerente pista que arranca en el mismo puente para correr por la margen derecha del Tajo. El río discurre sereno y con el precioso color característico de sus aguas. El verde esmeralda, que ira cambiando de tono según lo hagan sus fondos “... clara por la mañana, opaca por la tarde, color de mar al oscurecer. Verde botella, verde gris, verde amarilla, según los arenales, los guijarros o el lodo del cauce, las sombras de los árboles o de las peñas...“ -J. L. Sanpedro-.

La pista a cada recodo va deparando rincones inolvidables, pronto se pasa el Estrecho del Hoscajo y se deja atrás la Holla de la Parra acercándose a la laguna de la Parra o de Taravilla que por los dos nombres se la conoce. Conviene hacer un alto en el camino para contemplar con detenimiento esta laguna azul turquesa coronada por una orla de masegal (carrizo) muy querido por anátidas y garzas reales. Una vez descansados podemos acercarnos a la antigua presa de la minicentral eléctrica de Poveda, situada a cincuenta metros por debajo nuestro, descenderemos a pie, sin nuestra compañera y con precaución para ver de cerca la espectacular cascada que forman las aguas al atravesar, por una rotura, el viejo muro de la presa. Aguas abajo el río con un brusco giro cambia de dirección para formar uno de los más bellos enclaves del Alto Tajo.

Dos alternativas tenemos ente nosotros: continuar por la pista que paulatinamente va ganando altura alejándose del cauce del río en dirección a Taravilla, otra, buscar una senda –el viajero no la encuentra- que desciende, más abajo de la presa, hacia el cauce para vadear el río y continuar, ya en la margen izquierda por la pista que procedente del puente de Poveda llega hasta la minicentral eléctrica. Algunos folletos hablan de una pasarela de pescadores por estos mismos lugares. El viajero toma la primera opción por parecerle la más segura y fácil para la bicicleta y más teniendo en cuenta la carga adicional que representa el equipaje para un viaje como este de varios días.

Enlaza con la carretera de Taravilla a Peñalen en dirección a este ultimo hasta el puente sobre el Cabrillas. Aquí el viajero opta por seguir la margen derecha de este afluente hasta las juntas con el Tajo, como consecuencia de esta decisión se precipitaran los acontecimientos como más tarde veremos.


Laguna de Taravilla

Pista pedregosa que obliga a circular despacio para no hacer sufrir al material, hasta que ¡sorpresa! Hay que vadear el río.

Todo preparado, botas y calcetines fuera, mallas hasta las rodillas. La profundidad no parece mucha, llegara a las pantorrillas a lo sumo.

El viajero inicia el vadeo y ocurrió lo que suele pasar en estos casos: El río más profundo de lo calculado, una mala pisada, pierde el equilibrio e hinca la rodilla en el fondo pedregoso del río. -¡Maldita sea! Que fría esta-.

La bicicleta se vence debido al peso del equipaje y la alforja izquierda al completo y parte de la derecha queda sumergida. Al viajero lo que más le preocupa, mantener fuera del alcance de las gélidas aguas el material fotográfico, se levanta con la mayor rapidez que la sorpresa y el susto le permiten, -uno nunca piensa que de verdad se va a caer.

Ya en el otro lado, he le aquí desnudo y tiritando en medio de ninguna parte intentando encontrar algo de ropa seca entre los restos del desastre, afortunadamente el clasificar las prendas por grupos en bolsas de plástico mitigó lo que podía haber sido una catástrofe. Unos días después al arreglar un pinchazo estuvo a punto de ducharse: la bomba aún estaba llena de agua.

Los rayos del sol pintan de oro las cumbres de los riscos, sin embargo, la garganta defiende su intimidad impidiendo que penetren en su seno. El trabajador Cabrillas se abre paso entre umbrías calizas y pinos en equilibrio: verticales, sujetos solo por algunas raíces que los mantienen aferrados al recio paisaje de roca. Sin algarabía; no se permiten ni una sola curva, apenas unas ramas pegadas al tronco, siempre hacia arriba buscando esos rayos dorados inalcanzables.

La penumbra produce la impresión de ser mas tarde de lo que en realidad es y acrecienta la sensación de hambre; el viajero no ha comido nada en todo el día, salvo el desayuno (tostadas y café) y dos barritas de cereal. Se agolpan en su mente frases leídas de hombres rudos en estos mismos lugares “... metían la cuchara por turno a las migas, comida casi diaria del ganchero... entre gancheros sólo hay olivas, cebollas, bacalao crudo... pan y navaja... la verdad del hambre...” -escribe J.L. Sanpedro-, el viajero ni eso tiene. La pista sigue por la margen izquierda flanqueada por altivos acantilados buenos para rapaces y carroñeros. Avanza por esta húmeda garganta hasta llegar a las juntas. Se ensancha dando paso a una pequeña y recoleta área recreativa.

El estupor se apodera del viajero: ¡no hay salida!.


Presa de Poveda

Comprueba sus anotaciones una y otra vez, -aquí tiene que haber un puente-, pero no lo encuentra por lado alguno. A pesar del impresionante paisaje de agreste hostilidad: colosales murallones, tremendos tajos, feraz vegetación, sin duda uno de los rincones más hermosos de la península, no esta el viajero para contemplaciones. Pequeñas sendas parten de este anchurón. Las tiene que explorar, una a una, la mayoría terminan junto al río o entre la maleza. Por fin un tortuoso sendero parece continuar más allá del matorral, se interna por él arrastrando la bicicleta, el manillar, las alforjas, todo se engancha en la áspera maraña de vegetación haciendo imposible el caminar. De pronto, un muro de roca impide el paso.

El viajero se siente incapaz de reflexionar. ¿Cómo retroceder?, No tiene tiempo y, eso sin contar con volver a vadear el Cabrillas, tiene que haber una salida. Deja la bicicleta y continua solo, poco después logra entrever como el angosto sendero se retuerce peñas arriba, -si ya es difícil pasar solo con la bicicleta imposible-.

Decide intentarlo y carga con su compañera; unas veces al hombro, otras sirviéndole de muleta, va salvando poco a poco el vertical murallón de roca. Unos buitres planean sobre su cabeza, -deben pensar que lo tienen fácil-, de pronto entre dos peñascos, allá abajo -¡el puente de Peñalen!-.

Bajar ha sido más sencillo, desaparecida la incertidumbre todo parece fácil. Ya en el puente se permite mirar hacia tras y contemplar este hermoso desfiladero sobrevolado por las rapaces.

A lo lejos, sobre la pista, parece que hay alguien. Gusta saludar a otro ser humano por estos solitarios parajes, son las primeras personas que ve en todo el día: extranjeras y amantes de las aves que han venido hasta aquí para contemplarlas. Lo han hecho por la pista de la margen izquierda del Tajo que viene desde el puente de Poveda, itinerario infinitamente más fácil y recomendable para el ciclista.

La pista, amplia, continua constreñida entre las paredes del desfiladero y el río; a tramos bravo, otros tranquilo, pero siempre dejando sentir su fuerza, la misma que durante milenios ha ido perforando la dura roca para abrirse paso inexorable hacia su destino atlántico.


Vado del Cabrillas

“...El Alto Tajo no es una suave corriente entre colinas, sino un río bravo que se ha labrado a la fuerza un desfiladero en la roca viva de la alta meseta. Y todavía corre infatigable la dura peña saltando en cascada de un escalón a otro, como los que han dado nombre a aquella hoz. Sí, el esfuerzo del río continúa: lo demuestra el aspecto caótico de obra a medio hacer, con los desplomes de tierra al pie de los acantilados, las enormes peñas rodadas desde lo alto hasta en medio del cauce, la rabia de las aguas y su espumajeo constante. El río bravo sigue adelante, prefiriendo la soledad entre sus tremendos murallones, aislado de la altiplanicie cultivada y de sus gentes, para que nadie venga a dominarle con puentes o presas, con utilidades o aprovechamientos. Los pueblos la huyen, asustados por las bajadas al barranco y temerosos de las riadas. Apenas los pastores y los trajinantes se le acercan por necesidad. Sólo los gancheros se atreven a convivir con él, y aun así parece encabritarse para sacudirse los palos de sus lomos y enfurecerse más aún contra los pastores del bosque flotante...” J.L. Sanpedro.

Otra vez el hambre aguijoneando el estómago y la mente, se consuela el viajero pensando que en Zaorejas podrá echarse algo caliente entre pecho y espalda, pueblo en el que ha decidido hacer noche y al que llegará tarde.

En este tramo del río, comprendido entre el puente de Poveda y el de San Pedro ya cerca de las juntas con el Gallo que viene de abrir el rojo desfiladero de la Hoz, pedalearemos siempre junto al río siguiendo la pista que une una serie de áreas recreativas y los más emblemáticos rincones del río. La Escaleruela, zona temida por los gancheros por su dificultad de paso. Aquí el río forma numerosos raudales que obligaban a un trabajo continuo de adobe para elevar el nivel de las aguas y poder librar los peñascos que constantemente interrumpen el fluir de los troncos, alinearlos y encararlos hacia el paso, evitando que se trabarán unos con otros.

Los gancheros terminaban identificando cada tronco; al igual que los otros pastores, las ovejas: el blanquejo, el recio, el pelao, el cortezudo, el nudoso, etc..

Los troncos se encambran (airean) durante el invierno, echándose al agua con el deshielo, lo corrobora el refrán “... marzo con sus marzadas se lleva las maderadas...”


Puente de Peñalen

Mandados por el Maestre del Río, los gancheros eran agrupados en cuadrillas distribuidas a lo largo de la maderada. Existía una cuadrilla -de punta- primera de toda la maderada que preparaba los adobos para salvar los obstáculos, y otra -de zaga- los desmontaba procurando no dejar troncos perdidos. Todo se sostenía sin clavos ni cuerdas, solo la fuerza de la gravedad y la presión del agua los mantenía unidos.

Los gancheros, hombres rudos, desarraigados y merodeadores, eran temidos por los sedentarios ribereños que sufrían en sus corrales y en sus camas el paso de estos hombres por las proximidades.

“... Vas de fantasma... voy a darles un susto y a traerme unas gallinejas, que la rudera de Tagüenza nos hará gastar muchas fuerzas...”

La oscuridad se adueña del paisaje confundiendo el verde oscuro de los pinos con el gris esmeralda del río, la luna como de plata, se eleva entre las peñas iluminando la pista con una luz irreal. El viajero tiene que abandonar, ya cerca del puente de San Pedro y dirigirse a Zaorejas. El pueblo desparramado loma abajo. Inmaterial a la tenue luz de unas farolas. La carretera lleva directamente al hotel. No hay suerte, esta completo. El posadero se apiada del viajero y le ofrece una habitación en la antigua pensión. Sin agua caliente. Calefacción sí, y seca ropa, calcetines y botas del agua del Cabrillas.

En la mesa el cuenco de barro; humeante, lleno de reparadora sopa castellana, reconforta el cuerpo y eleva el espíritu del viajero.

Guía Práctica

Salida: Peralejos de las Truchas
Llegada: Zaorejas
Época: Todo el año.
Porcentaje de ciclabilidad: 100%
Dificultad: Media
Distancia: 80 Km.

| Inicio | Etapa 1 | Etapa 2 | Etapa 3 | Etapa 4 | Etapa 5 |
BICIMUR - Amigos de la Bicicleta de Murcia 2006
Maquetación con Hojas de Estilo en Cascada CSS © 2005 Raúl Pérez