Día segundo, en el que llega a Pesquera de Ebro.
El día ha amanecido nuboso y solo deja penetrar una tímida luz por la ventana.
El viajero remolonea entre las sabanas, siente pereza y le cuesta levantarse. Recoge, desayuna y se echa a la carretera. Son más de las diez, menos mal que hoy tiene previstos hacer pocos kilómetros.
Retoma el GR donde lo dejo la tarde anterior, en el puente de la carretera que sube a Rocamundo. Pedalea junto al río por un camino alfombrado con las hojas multicolores de los rebollos.
El camino es solitario y apartado; umbrío, casi tenebroso. Reina el silencio, lugar adecuado para trentis y tentirujos de orejas puntiagudas y boina ladeada.
Más tarde ya no se trata de seres fantásticos sino de la cruda realidad. Algo acecha el paso del viajero, luego le sigue oculto entre la maleza. Un estremecimiento le recorre la espina dorsal, desde la rabadilla al cogote, la piel erizada como de gallina y sus cabellos como escarpias, pugnaban por el elevar el casco sobre su cabeza. Sin dejar de pedalear, se vuelve una y otra vez, hasta ver una sombra oscura que le contempla con ojos maliciosos. La fortuna viene en su ayuda, el bosque se abre y un gran claro da paso a un pueblo. El viajero mira atrás y no ve nada, suspira aliviado.
Pedalea nuestro ciclista meditabundo cuando llega hasta San Martín de Elines. La contemplación de la colegiata lo relaja, aunque solo puede verla por fuera. Se conforma, no tiene otro remedio.
Prosigue su andar por un camino que pronto se transforma en senda, en algunos tramos comprometida al volar sobre el río. Baja unas escaleras y cuando va a vadear un arroyuelo, descubre un pequeño puente para cruzarlo. El viajero, melancólico, recuerda con nostalgia los recorridos, que hace años, hizo a pie por la zona, acompañando a su suegro, que de joven vivió en las proximidades. Fausto, que así se llamaba, le contaba a la luz de la hoguera, que de mozo atravesaban él y sus amigos de unos valles a otros para acudir a las romerías, más que por devoción, para poder echar un baile con las mozas de los pueblos aledaños.
Urbaneja, a la que llaman del castillo, pero no tiene. Mejor podría llamarse de la cascada, que si tiene y es preciosa.
Continúa el viajero hasta Escalada por carretera, más que nada para descansar la cabeza por un rato de la sensación oclusiva del sendero. Retoma aquí, el GR que lo lleva hasta la central eléctrica del Porvenir. El GR se dirige a Valdelateja cruzando el Ebro, pero nosotros tomaremos un sendero del valle de Sedano (PR.C.BU-1), que rodeando la central eléctrica por la izquierda, se dirige por este margen hacia Pesquera. El sendero es estrecho y entretenido, en algunos tramos pasa tan cerca del río, que solo lo sujetan las raíces de los arboles que crecen, justo, entre él y el cauce.
Aparece Pesquera casi sin quererlo, sin hacer ruido, ensimismada en sí misma, altiva y solitaria bajo la luz plomiza del atardecer. Las nubes, han engordado durante el día. Sus vientres orondos, blanquecinos, se han ido oscureciendo y se desgarran en girones contra los cortados calcáreos, traen inquietantes augurios para el día siguiente. Poco después llueve. Es media tarde y aun quedan muchas horas hasta mañana, sí deja de llover es posible que los caminos se mantengan en buen estado.
Salida: Polientes
Llegada: Pesquera de ebro
Época: noviembre de 2011
Porcentaje de ciclabilidad: 100%
Dificultad: Baja
Distancia: 35.300 Km.