Día cuarto y último del viaje, en el que llega a Miranda de Ebro.
Vuelve el viajero sobre sus pasos del día anterior hasta la entrada al desfiladero de la Horadada y por el puente de Valdecastro cruza el Ebro en dirección a Frías. Una solitaria y tranquila carretera recorre la margen derecha del embalse de Cillapérlata. Bulliciosas bandadas de patos alzan el vuelo a su paso. Abandona la carretera por una pista, que sale por su derecha, antes de llegar a la población y pedalea hasta Quintanaseca, primero y hasta Frías, después.
El sol juega al escondite con unas nubes feas, negras y deshilachadas, que proporcionan sensaciones de desazón en el viajero y envuelven el paisaje con una luz opaca y deslucida.
Frías; aparece encaramada sobre una atalaya rocosa, recortando contra el sombrío cielo, su medieval castillo y la sólida iglesia de San Vicente. Ciudad desde 1431 –titulo que le otorgó Juan II-, se tiene conocimiento de su existencia desde los tiempos de la repoblación, allá por el año 867. Perteneció a Navarra y a Castilla, terminando como ducado de Frías en manos del Señor Fernández de Velasco, a la sazón conde de Haro.
El Castillo de los Velasco y la iglesia de San Vicente presiden esta ciudad de estrechas y empinadas calles. Las viviendas se apiñan, sujetándose unas a otras, en la parte de levante de este cortado rocoso. Muchas, mantienen un entramado de madera de claro origen medieval. Están construidas, casi colgadas de la roca, con piedra de Toba y una solana que remata el piso superior. Algunas cuentan con bodega excavada en la roca, donde se guardaba antaño el popular chacolí, producido en numerosas poblaciones ribereñas del Ebro, desde Reinosa a Miranda y en permanente conflicto con los vascos por esta denominación (Txacoli).
Punto de paso obligado para vadear el Ebro en la comunicación entre la Meseta con las tierras cántabras, en época medieval se construyo un puente –posiblemente sobre otro anterior romano- al que en el s. XVI se le añadió una torre para cobrar el portazgo.
El viajero decide acercarse hasta Tobera y ver su cascada, pues según una vecina de Frías, es cosa conocida en el mundo entero, y raro el visitante de Frías, que no se acerca para ver la cascada y la ermita, que también tiene mucho mérito. Sube hasta el pueblo y ve las cascadas que saltan ente las calles. La que no ve es la de la hendedura, ni sube a la ermita.
Continúa su pedalear por este territorio que ha modelado el Ebro entre las hoces de la Horadada y Sobrón. Tramo, en el que el río baja indolente y majestuoso formando grandes meandros. La carretera es tranquila; tanto, que el viajero, ensimismado, se lleva un buen susto cuando una pareja de cormoranes ha alzado el vuelo batiendo ruidosamente sus alas contra la superficie espejada del agua. Algunos huertos, primorosamente cultivados, salpican las riveras en las cercanías de las poblaciones. Hacia el sur, a los pies de las moles calizas, los tractores roturan la tierra preparando la próxima cosecha.
Tras un recodo aparece Garoña y su central nuclear, achacosa pero aun en servicio. En Tobalinilla, cruza de nuevo el viajero el Ebro para recorrer el pantano de Sobrón, ya en el País Vasco.
Las hoces de Sobrón, forman un paisaje de gran personalidad y belleza. Encuadrado en el espacio natural de los Montes Obareneses; el Ebro, labra un largo y profundo cañón de exuberantes masas boscosas, que entre otros, alberga una importante colonia de aves rapaces.
Hasta Puentelarra anda por las tierras de Álava y, por los fronterizos Guinicio, Montañana y Suzana, llegara a Miranda. Surgida para defender un estratégico vado sobre el río. En tiempos altomedievales, se construye un fuerte en el cerro de la Picota. Fueros y privilegios fueron dando relevancia a la ciudad, siendo en el s. XX un importante nudo ferroviario. Este es, por el momento, el fin de su andadura por el Ebro y no descarta la posibilidad de continuar el recorrido hasta su desembocadura.
Salida: Trespaderne
Llegada: Miranda de Ebro
Época: noviembre de 2011
Porcentaje de ciclabilidad: 100%
Dificultad: Baja
Distancia: 58.700 Km.