Miércoles 27
Alcoy; pueblo este de topografía accidentada, surcado de profundos
barrancos que brotan a la sombra de escarpados macizos que provoca que
este tramo de la vía verde sea uno de los más interesantes de todo el
recorrido. Se suceden túneles y viaductos de gran envergadura a través
de la Sierra de Mariola y el parque natural del Carrascal de la Font
Roja, hasta llegar al valle de La Canal, en total 10 túneles y tres
viaductos.
Comienza la jornada el viajero peleándose con el gps. El dichoso
aparatito se ha empeñado esta mañana en funcionar como le da la gana;
ahora aparece el track, ahora no. El norte aparece abajo o arriba. Lo
apaga, espera paciente que se inicie, y cuando lo hace vuelve a pasar
lo mismo. Vuelta a apagar, quita pilas, tarjeta, las pone, reinicia, y
no lo tira por el barranco porque es un hombre prudente, decide dejarlo
por imposible y reanuda su recorrido sin instrumentos, usando su
intuición para encontrar la entrada a la vieja plataforma del nonato
ferrocarril de Alcoy a Alicante.
Cree recordar el viajero que la plataforma se acabo en su totalidad,
pero se abandonó sin llegar a estrenarse, lo que ha permitido hoy
transformarla en una atractiva vía verde. Ya desde el comienzo –el
inconcluso ferrocarril partía junto a la actual estación de Renfe-
proliferan los túneles, incluso dentro de la población. Con sinuosas
curvas se adapta al terreno y los barrancos del Polop, de las Siete
Lunas y Sant Antoni los salva con grandes viaductos.
Este ferrocarril se comenzó a construir en marzo de 1928 con una
longitud de 66 kilómetros entre Alcoy y Alicante; obra de envergadura,
constaba de 7 viaductos y 17 túneles, algunos de ellos con más de 1000
metros. La Guerra Civil, y las dificultades económicas de la posguerra
dieron al traste con esta infraestructura y –como a muchas otras- le
dio la puntilla el informe del Banco Mundial en 1962, acordándose su
abandono definitivo y la enajenación de las instalaciones por Consejo
de Ministros en 1984. En el 2001 se proyecta la construcción,
aprovechando lo que queda de las infraestructuras, de dos vías verdes,
la del Maigmó con 22 kilómetros y la de Alcoy con poco más de 10.
Tramo bonito y emocionante para el viajero, sobre todo porque no lleva
más que una pequeña luz frontal que no alumbra dos palmos más allá de
su nariz. Prudente, se acerca a las paredes intentando ver algo sin
apenas conseguirlo, pasado un tiempo, cuando la vista se acostumbra a
la oscuridad, cree percibir unos halos a los costados, supone que son
las paredes y supuso bien porque no se rompió la crisma, eso sí a
narices las suyas porque no dejo de pedalear en ningún momento y logró
conservarlas intactas.
Continúa la vía verde por la plataforma recién recuperada hasta que en
un punto se incorpora a la vía de servicio de la autovía. Continua el
viajero por ella hasta casi llegar a Ibi, donde recupera de nuevo la
plataforma ferroviaria, la pierde y la vuelve a encontrar a la salida y
ya no la dejará hasta las proximidades de Castalla, donde decide parar
a comer.
Cuando reinicia su andadura comprueba con sorpresa que el gps parece
funcionar con “normalidad”, aunque el track lo dibuja a grandes trazos.
Prefiere no tocarlo y continuar como hasta ahora. El viajero había
dibujado la ruta sobre el mapa, intentando seguir el antiguo trazado
del ferrocarril en la medida de lo posible y cuando no lo era –se
comprueba mejor en las vistas de satélite- por caminos adyacentes. Así
llega al Maigmó y al comienzo -final- de la vía verde del mismo nombre,
que no presenta ninguna dificultad de recorrido hasta su finalización
en el apeadero de Agost del actual ferrocarril.
Esta vía verde comienza con espectaculares tramos en el que se suceden
los túneles de mediano tamaño - ya no será tan importante la luz, y
alguno tiene iluminación-, grandes viaductos como el de Forn del Vidre,
y poderosas trincheras. Estamos en pleno corazón de la sierra del
Maigmó con casi 1300 metros de altura, que sobrevuelan las rapaces y
sombrean grandes pinos. A la salida de un túnel sorprende el viajero un
rebaño de muflones pastando en la cuneta; asustados, –casi tanto como
el viajero- emprenden una vertiginosa huida barranco abajo.
La vía traza grandes curvas buscando suavizar el perfil incrustándose
en enormes trincheras de yeso. A la salida de una, sobre la barandilla
de madera, un milano despluma una paloma, lástima porque le ha
retrasado la merienda. Al fondo una preciosa panorámica de la bahía de
Alicante, Agost se intuye cerca, la vía pasa junto a él sin entrar,
tramo árido que sin embargo es un vergel, hasta la propia vía se
contagia y está jalonada de palmeras, olivos y naranjos que le dan
sombra, en algunos tramos acompañan las vides, quedaban restos de
racimos que el viajero aprovecha para saborear sus dulces uvas.
El horizonte se ha oscurecido, sobre la costa esta descargando una
furiosa tormenta, rayos que se funden en el mar y el viajero empieza a
pensar que se va a mojar. Acelera el paso. Arrecia el viento en fuertes
turbonadas y la temperatura se desploma cuando llega a la estación de
Agost, donde da por terminado su viaje por las vías verde de Alicante y
Murcia, las de esta última más deseos que realidades.
Al viajero solo le resta alcanzar San Vicente y tomar el ferrocarril
que le llevará de regreso a casa. Por poco, pero no se moja, ya en el
tren la lluvia comienza a caer con fuerza, el viajero la ve caer tras
los cristales con indiferencia, sabe que a él ya no le va a alcanzar.
Mariano Vicente, en Murcia, en diciembre de 2013.