Cuando uno revive recuerdos; o esta mayor o siente nostalgia. Y en esa tesitura estaba yo, rodeado de los amigos después de una salida en bici. Bajo las calendas de julio, y varias jarras de cerveza ya vacías, recordaba como hace catorce años, en pleno mes de enero y bajo una fuerte nevada, charlaba con Pepe "el pastor" en Pontones, sobre la mejor ruta para encarar mi descenso del Segura.
-Si sigue nevando, ni se te ocurra, te vas por carretera; si llueve sales en dirección a Santiago y en el alto tomas la colada de la Toba, el camino es bueno y no tendrá barro-.
Me dijo, como hombre curtido en esas trochas y buen conocedor del lugar. Llovió toda la noche y todo el día siguiente. Emprendí la ruta tal y como me aconsejaron, bajo una lluvia constante e implacable y un frío que penetraba hasta los huesos, llegue ese día a Yeste, empapado y exhausto.
-Podemos hacer el Río Segura, ahora hace calor, con esterilla y saco de dormir; pernoctar junto al río-.
Los compañeros me escuchaban con la mirada perdida, saltando de una a otra de las nuevas jarras heladas, con la espuma desbordándose en una promesa de frescor.
-Y hay que dormir en el campo, no puede ser en lugares más civilizados- Preguntó Matías.
Empezamos a bromear sobre las cervezas frías o la posibilidad de ser violados por alguna sádica ninfa de las que pueblan el río, y entre bromas y veras se fue definiendo lo que sería nuestra próxima aventura; recorrer el río Segura, desde su nacimiento hasta Guardamar, haciendo noche en Yeste y Calasparra. Comenzaríamos el lunes, 6 de julio, a pesar de la ola de calor que estábamos soportando y que superaba los 45º. Bien; el lunes, solo quedan tres días para prepararlo todo.
Lunes, 6 de julio, son las 12 de la mañana, Fuente Segura mana laxa, con un rumor apagado, nada que ver con la fuerza y el bramar de la vez anterior. Hace calor, aunque soportable. Y como hace catorce años comenzamos la subida en dirección a Santiago de la Espada para tomar la pista que nos dejará en la Toba. La carretera se muestra listada por la sombra de los olmos en estas horas de la mañana.
El Segura es apenas perceptible; allá abajo, junto al Madera, empequeñecido por el impresionante paisaje que se extiende a nuestros pies. Plenitud de calizas y luz que empequeñecen. Revientacaballos nos deja a los pies de la Toba donde ya no existe el bar Parra lugar en el que el viajero calentó su cuerpo y entono su espíritu catorce años atrás "...junto a la chimenea caliento mi cuerpo y seco mis ropas mientras tomo unos vinos con “los Melgos” de Segura de la Sierra. El viajero tiene que hacer un gran esfuerzo de voluntad para continuar, por el día tan desapacible y por que el vino con este frío entra muy bien...", acudimos a otro, pero no es lo mismo. Espera interminable. Solo chorizo y morcillas; a los postres un plato de gazpacho, menos mal que las cervezas estaban frías.
Frescas fuentes alivian la sed, la ultima la de los Cuatro Caños, después nada; solo las chicharras, que densan el aire con su canto. El sol intenta fundir el asfalto, hasta los gorriones han desparecido, no se ve un alma, todo está caliente, sofocado. En Parolis y La Donar, que hasta tiene camping, todo está desierto, sesteante. Cerrados bares y chiringuitos. Llena nuestra sed.
Iniciamos la subida, el 6% marca la señal y más de 48º el termómetro. Dejamos el río a nuestra espalda y cualquier rastro de humedad. Los botes vacíos, solo logramos extraer alguna gota que cae abrasando la lengua, que inflamada se pega al paladar, a los dientes; apenas puedo respirar, menos aún articular palabra. Pasan los kilómetros, lentos, parsimoniosos, inacabables, en constante subida. Que diferente a la última vez "...llueve, llueve como parece que no lo ha hecho nunca, el agua en los regueros que cruzan la carretera cubre las llantas. Ha llovido durante todo el día, ni un solo minuto sin esta desagradable compañera, y ahora al final de la jornada quiere asegurarse que al viajero no le queda nada seco...".
Alrededor del castillo se arremolina el pueblo, blanco y pardo. La tarde bosteza en esa hora que los murciélagos sustituyen a las golondrinas. Un parque y un chiringuito; nubes de vapor planean sobre nuestras cabezas para posarse sobre nuestros brazos produciendo un escalofrío. Cerveza con limón, mucha cerveza con limón. Ha acabado nuestra excursión por las puertas del infierno.
En la ducha, me recorre el cuerpo un escalofrío. Tembloroso abro un poco el agua caliente. Mejor, pero los escalofríos me acompañaran, durante la cena y a lo largo de la noche. En la cama, profundas sudadas son sustituidas por rápidos escalofríos, pero logro dormir razonablemente bien, descanso incluso y a la mañana me encuentro en buena forma.
Yeste, 6 de julio de 2015