Río Segura -2015. Tercera jornada Calasparra-Murcia
Las persianas, levantadas, dejaban ver clarear la noche por las ventanas. Ayer, Jesús enfermó. Él y Matías decidieron abandonar y por la noche se fueron a casa. Nos quedamos Antonio y yo. Al levantarnos descubrimos la rueda vacía, el sellante no ha hecho su trabajo, Antonio prefiere ir a un taller a reparar. Entre reparación y desayuno nos dan las diez, comenzamos a pedalear con el sol ya alto. La sierra del Molino y el embalse de Alfonso XIII nos esperan.
La sierra del Molino, listada como sandía, se pinta de color calabaza en estas horas de la mañana. La pista; de grava, se muestra hostil a mis ruedas lisas. Espejea al fondo el pantano siempre vigilado por la mole gris del Almorchón. Más calor, El agua helada de los botes es ya sopa ardiente en el pantano.
Cieza nos espera; albaricoques y melocotones se doran al sol. Buscamos la sombra de las cañas, cabellera foránea que ahoga a nuestro compañero. De pronto un chiringuito; las gente va y viene, del río al bar, bebe y se baña, pero no se refresca, el calor no lo permite, ha convertido la orilla en una sauna. Tres días; tres ya, pedaleando con temperaturas que superan los 45º. Paciencia.
El río constriñe la villa, aquella a la que "dieron la muerte por pasar la puente" y a la que él devuelve la vida. El camino se ciñe a la orilla del río blanco bajo la musulmana Siyasa; casi desaparece en el paraje del Menjú, antigua fábrica de luz, soto fluvial e importante bosque de ribera. Abarán y un chiringuito junto al río, que aprovechamos. Seguir, siempre seguir, el ánimo derretido, las ganas; dejadas atrás, a la sobra. Azudes, melocotoneros, fábricas de luz, granados, acequias, limoneros.
Del vocablo Insolar dice el diccionario:
1º -Poner al sol hierbas, plantas, etc., para facilitar su fermentación o secarlas.
2º -Enfermar por demasiado ardor del sol o por excesiva exposición a él.
Eso somos nosotros, miserables yerbajos macerándose al sol, en esta estrecha y soleada senda de los moriscos, tan blanca que duele mirarla. Ni una sombra, ni siquiera el verde de los limoneros nos conforta.
Blanca está a tres tiros de piedra, pero no llegamos. Vemos las ruinas pardas de su castillo, pero no llegamos. Parecen estar siempre en el mismo lugar, etéreas, flotantes, inalcanzables. El caserío se arremolina, monte arriba, al otro lado del río. Una heladería, el frescor del aire acondicionado y un granizado de limón, nos salvan.
La carretera recorre el valle morisco serpenteando junto a segura; valle de las cinco villas, que recorremos una tras otra sin entrar en todas. En Villanueva la dejamos; precioso sendero de maderos orlado; entre el río y la acequia; tunelado por las hojas lacias de las cañas. Archena y sus baños, y sus azudes, y su fábrica de luz, y una fuente.
Meandros que enloquecen. Lorquí; aquí y allá, aun lado y al otro. Tapizado el margen por la caña cortada. Limoneros, naranjos. Furgonetas veloces, polvorientas; conductores irascibles. La Huerta de Abajo, bosques de ribera. Alguazas, puentes rojos. La Ermita, un bar y en él Matías, ha venido a vernos, a tomarse un litro con nosotros.
La tarde esta crecida; por poniente la lejanía se torna violeta; oscurece el carril bici. La Contraparada; el Javalí; mi Javalí. Patines y bicicletas, paseantes y perros. La torre de la catedral dorada y única, el Cuartel, la Estación. He terminado. Trescientos kilómetros de sudor y polvo, sofocantes y agotadores, pero también de amigos, de bicicleta, del río que nos da la vida.
Murcia, 8 de julio de 2015