Segundo día (martes, 14-06-2011)
A la mañana nos sorprenden en el Centro de Turismo Rural El Sabinar con un desayuno regio (chorizo, jamón, bollos, tostadas, café, zumo, ...) del que dimos buena cuenta, pero lo vamos a necesitar para subir la Collada de Lois.
Dejamos atras las poblaciones de Corniero y su moderna ermita, Primajas y Reyero, donde tras vadear un arroyo (aunque tiene puente) comenzamos la subida, en este caso la Collada de Lois, que sufriremos hasta coronar el Puerto de Llorada.
En las bajadas mucha precaución, algunas pueden inducir a engaño.
Lois, sorprende. Uno no espera encontrarse, en medio de la montaña, una iglesia de estilo clásico en piedra de mármol blanco. La Catedral de la Montaña es llamada.
Cruzamos un puente tomando la pista en dirección a Liegos, situado en una de las colas del pantano de Riaño. Estamparemos aquí nuestro cuarto sello y como llegamos a buena hora para comer, decidimos hacerlo: tallarines y una muy recomendable carne guisada.
Lario y Polvoredo serán las siguientes poblaciones que visitaremos. En este último comienza una larga subida por el valle que forma el río Becenes, entre las sierras de Pámede al Este, y Carcedo al Oste, cercanas a los dos mil metros.
Cerca del collado, el camino nos sitúa en unos prados que atravesamos campo a través, tras un primer collado, llegamos a otro, buscando entre matorrales la continuidad del camino. Este punto coincide con la última indicación de nuestra hoja del rutómetro.
De pronto; nos precipitamos hacia un tenebroso hayedo de paredes verticales, tapizadas de hojas otoñales. ¿Hayedo? ¿Fuerte bajada? Alto, estamos en la puerta del Zalambral. Nos detenemos y pasamos la hoja del rutómetro. Efectivamente, nos encontramos en el lugar que encarecidamente Eduardo nos había “recomendado” pasar desmontados, extremando las precauciones para no degradar la zona.
En este punto, el bosque es horadado por una senda umbría y zigzagueante que ahoga la maleza en algunos tramos. Prados encharcados, donde al pisar nos hundimos en un barro negro que llega hasta el tobillo.
Arroyos que corren veloces a nuestro lado. Rocas humedecidas, cubiertas de líquenes, acechando un mal paso.
Maleza que te roba el chubasquero y arranca de cuajo la bomba partiendo su soporte.
Cacofonías; entre el aullido y el chillido, que hielan la sangre. Posiblemente un simple zorro, pero me alegro cuando llegamos a un lugar civilizado: la central hidroeléctrica de Pio.
Lavamos aquí zapatillas, calcetines y piernas, intentando eliminar el amasijo de cieno y hojas, sin conseguirlo del todo.
Comenzamos un vertiginoso descenso, ahora ya por camino, con alguna trampa en forma de cinta electrificada, que nos llevara hasta Pío. Nos queda algo más de subida hasta Oseja de Sajambre, donde debemos sellar por quinta vez nuestro rutómetro en el Mesón del Arcediano, y después hasta Soto de Sajambre para hacer noche.