III Calatayud-Teruel
La fosa de Calatayud sirve de lecho al valle del Jiloca, ancestral vía de comunicación entre el valle del Ebro y el Levante peninsular. Amplio en su cabecera, se vuelve angosto en Daroca hasta entregar sus aguas al Jalón. Encajado entre las crestas calizas de las sierras Menera a poniente y del Cucalón a levante, es una de las zonas más frías de España, su clima continental, frío y seco hace que tenga heladas de 16 horas y el termómetro baje a los 20 grados bajo cero. No extraña por tanto que aquí curen bien los jamones. El de Teruel es de cerdo blanco, cura nueve meses y se seca otros tres antes de ser marcado a fuego con una estrella mudéjar. Veranos sofocantes, secos y ventosos que favorecen los procesos convectivos originando fuertes tormentas de aparato eléctrico y lluvias torrenciales.
En sus riberas crece el olmo acompañado de álamos, fresnos y chopos, de estos últimos merece especial atención el cabecero, transformado así por la escamonda. Este proceso consiste en desmochar el árbol cada diez años, tiempo suficiente para que sus ramas, largas y rectas, adquieran la dimensión apropiada para ser empleadas como vigas en la construcción tradicional del bajo Aragón.
Es el valle mudéjar por excelencia donde el ladrillo es el protagonista primero y último, sirve tanto como elemento constructivo como decorativo formando adornos geométricos; frisos de rombos, estrellas, arcos lobulados solos o combinados, resaltados o hundidos, al tresbolillo, en esquinilla. Acaba torres, cúpulas y aun las fachadas, con cerámica vidriada, en verdes y azules.
Desayunamos con Manuel Aranda, alcalde de la localidad y José Manuel Jimeno su concejal de turismo buenos conocidos, pues nos despidieron el año pasado cuando realizamos por primera vez el Camino.
La N-234 recorre todo el valle, visita un pueblo tras otro. El Jiloca, se intuye pausado por nuestra derecha, la frondosidad lo delata, insinuando notas de frescor bajo este sol que se ha adelantado al verano. Se esconde Daroca tras un altozano, el puerto de Villafeliche (845 mts); vieja dama amurallada que aún conserva buena parte de su belleza. De joven, deseada y hermosa, nunca sirvió a señor alguno. Brindamos por ella, por su porvenir y el del camino, con su alcalde Miguel García.
Hermosas frondas que el viento doblega hasta mostrar el envés blanquecino de sus hojas, se hermanan con el asfalto, puentes romanos y ermitas al cruzar el Pancrudo antes de entrar en Calamocha. Nos dirigimos, primero al ayuntamiento, como buenos embajadores, después, al Mariano. Sobre la mesa una barra de pan blanco y para acompañarla, cerdo, también blanco y cerveza, mucha cerveza que el calor aprieta a pesar de no ser oficial la llegada del verano. Fuera, el viento hace flamear las banderas en los tejados.
Entre Calamocha y Teruel, ni un árbol, carretera trazada con escuadra y cartabón, pulida por el viento y las heladas, nada que se interponga entre el maldito viento y nosotros. Lagartos; verdes, enormes, sestean al sol. Los minutos, inmóviles, eternos, la desesperación aferrada al manillar, kilómetros insufribles en el inhumano páramo. Amenaza lluvia, gruesos goterones caen desperdigados, Teruel se insinúa al fondo del barranco. Tráfico y polígonos industriales van de la mano, por fin en la ciudad.
Dos tramos muy diferenciados, los primeros 65 kilómetros de bonita carretera por el valle del Jiloca con un solo alto en toda la jornada, el alto de Villafeliche que solo el fuerte viento enturbia un poco. A partir de Calamocha todo ha sido sufrir; el viento no nos ha dado tregua, fuerte y totalmente de cara, sin protección alguna, más de 70 kilómetros angustiosos en los que apenas avanzábamos, en total han sido 138 kilómetros y 900 metros de desnivel acumulado.