Yo era un hombre sedentario. Deporte; más bien poco. Cuando viajaba lo hacía en coche o en moto.
Un
día subiendo La Cuesta, venía de Cartagena con dirección al Puerto de
Mazarrón, me encontré con un ciclista. Era un hombre joven, por la
pinta, extranjero y pensé: hay que estar un poco loco para hacer esto.
Apenas se le veía entre sus grandes alforjas, en el manillar llevaba
atados sacos y mantas. Avanzaba lentamente, pedalada a pedalada con un
esfuerzo enorme.
He de confesar aquí que mi ideal de viaje en aquellos días, y quizás también ahora sea el de un carro tirado por un cansino pollino; las sartenes cuelgan de los costados con monótono golpeteo; los chorizos, a horcajadas sobre una caña, penden del techo al alcance de la mano mientras yo; tumbado sobre la tablazón, sombrero de paja cubriendo el rostro, dejo pasar el tiempo indolente, y el pollino sigue el camino que mejor le parece. En aquella época viajar dando pedales me parecía los castigos de Tántalo y Sísifo juntos…
¡Despierta Mariano! Suena la voz estentórea de Juan. Ya no cuelgan los chorizos sobre mi cabeza, la toldilla ha sido sustituida por un aséptico vinilo y el quinqué por un plástico ovalado con un interruptor gris, tan gris como mi cabeza en este momento.
-Estamos llegando a Sorbas- oigo decir a alguien.
-Cuanto falta- pregunto yo tratando de asirme a algo con lucidez.
Subidos
en un furgón hemos escapado de la ciudad a toda prisa; dejamos nuestra
Murcia mediterránea para dirigirnos a tierras andaluzas.
Territorios limítrofes, conocedores de soles y viejos olivos, de
montaraces serranías y hombres adaptados a su entorno desde antiguo.
Hemos venido en coche para regresar en bicicleta, recorreremos esos
viejos y polvorientos caminos de nuestra querida España.
Pasaremos de las ariscas sierras litorales a los tupidos campos de olivos; de las montaraces trochas de la Sierra de Cazorla, Segura y las Villas, descenderemos hasta los llanos de la santiaguista Caravaca y su santuario fortaleza de la Vera Cruz. Serán días de sosegado pedaleo, de difíciles oteros, de vertiginosos barrancos, pero siempre con la grata compañía de mis buenos amigos Juan Bautista Tudela, Antonio Máximo y Pepe Griñan. Días para el disfrute de la amistad y del paisaje, de la agradable conversación y la recia gastronomía de estas tierras, en definitiva de lo que nos ofrezca la vida.
Seguiremos al principio esa estupenda ruta que nos han regalado nuestros amigos andaluces: La Trasalandalus, para enlazarla luego con la Transmurciana y Caravaca de la cruz.
Texto y fotos:
Mariano Vicente