Del Garruchal a la umbría de la Asomada.
De un bar a otro bar. De las tostadas y el café en el Ave a las marineras y los mejillones en el Kuki. Así ha sido nuestra ruta. Pero entre ambos; el desfiladero del Garruchal, el Puerto de la Cadena y la umbría de la Asomada. Galápago leproso, carrizo, tarai, agua en diminutas pozas llenas de vida. Estrechos y collados, campos de labor abandonados. Flores, tomillo, orégano. Búhos reales, águilas perdiceras, reales y mucho más.
Asfalto en el desfiladero del Garruchal, romero en la solana de los Villares. Por el Estrecho al puerto de la Cadena. Viejos caseríos abandonados, otros viven una nueva juventud, nuevos usos con nuevas gentes.
Apartado y precioso. Al principio escoltado por eucaliptos, para ocultarse entre pinos en la umbría. Se ciñe al cabezo del Puerto, siempre vigilado por los pétreos lienzos de la Asomada. Fresco e íntimo, mudo ante las agresiones, sendero que todos queremos y debemos compartir, cuidar y proteger.
Senderistas talibanes lo rompen en aras de su religión exclusivista. No menos talibanes, ciclistas kamikazes lo destrozan en el altar de la supuesta libertad. La sociedad idealiza el deporte, el esfuerzo, y todo lo justifica para conseguir esa meta, olvidando que deportividad significa: “que se ajusta a las normas de corrección”, en una palabra respeto. Al otro, al Medio, a todo. Mientras; la Administración mira para otro lado. No se implica, y cuando lo hace, es por el camino más fácil. La prohibición.
Por la fuente del Agua retomamos el asfalto. Regresamos hacia el Carmen, no sin antes reponer los líquidos perdidos.
Mariano Vicente, enero de 2013.