Distancia: 35 km.
Salida/llegada: Pantano de Valdeinfierno (Lorca-Región de Murcia)
Desnivel +: 777 metros
Tiempo: 4 horas
Altura mínima: 697 metros
Altura máxima: 1.180 metros
Indice IBP: 71
Dificultad: No presenta más dificultad que las propias de las características del terreno.
Atractivos de la ruta: La ruta propuesta por el amigo David discurre entre los espectaculares macizos calizos del Parque Natural de la Sierra de María y los Vélez, que se encuentran separados por amplios y soleados valles donde languidecen los cultivos de secano; antaño de cereal, y desde la última mitad del siglo XX de almendros, que junto a las explotaciones cinegéticas son la base de la economía de la zona. Las umbrías están colonizadas por frondosas formaciones boscosas en las que predomina el pinar, que se abre y entremezcla con el matorral al acercarse a las solanas.
Patrimonio de la Humanidad son las pinturas rupestres de los abrigos rocosos de la sierra de Los Gavilanes y la Culebrina, entre las que sobresalen las de los Gavilanes y el Mojado.
Asistentes:
David "Tito Abuelito", Antonio Máximo, José Luis Menéndez, Ángel y Vicente Martínez, Antonio Cervantes, Jesulen, Juan Bautista Tudela, Mateo Sánchez, Antonio Hernández y un servidor; Mariano Vicente.
Crónica:
A estas horas de la mañana -son poco más de las nueve-, la sombra del Pericay se extiende como un manto húmedo hasta cubrir la presa del pantano de Valdeinfierno. Hace frío; los termómetros, remolones, se niegan a subir más allá de los cero grados. Una capa de hielo cubre el rincón sur de la presa. Tiemblan los ciclistas al bajar de los vehículos; ante ellos se extiende la colmatada superficie del pantano, buena para la maleza y que solo sirve para corregir pequeñas avenidas. Al norte, la Serrata de Guadalupe sirve de margen al embalse, tras ella; el río Caramel y la rambla Mayor drenan los Llanos de Abarca. A nuestros pies; el lecho de lo que será el río Luchena bajo las escarpadas paredes del Estrecho, que se abre paso a trompicones entre cerros que bordean los mil metros.
La pista, de buen firme, se retuerce entre pinares bordeando el Abrigo de los Gavilanes y del Mojado hasta la casa forestal y albergue de las Iglesias. A Mateo le cuesta, hoy ha estrenado bicicleta y es la primera vez que no pisa asfalto en 25 años. Mateo es un hombre valiente que hace unas semanas ha cumplido los 79 años. Corajudo y orgulloso, no quiere que le esperen y pide que continúen los demás, que le dejen a su aire; que se hará con la bicicleta, pero solo. Los demás protestan, algunos sin mucho entusiasmo, otros con pesar, pero todos respetan su decisión y siguen adelante.
Bajo el cerro de la Sima, toman a la izquierda; suben hacia el collado de la Manila bordeando las Piedras del Engarbo que alcanzan los 1.413 metros de altura. Las bicicletas; se detienen. El barro las atenaza, las envuelve hasta el punto de no distinguirse los platos, de no diferenciar lo que es cadena de roldanas. El desviador perdido bajo un enorme bloque pegajoso que envuelve pedalier y basculante. No queda más remedio que limpiar para continuar. Eso sí, unas han quedado mas afectadas que otras, lo que provoca un animado debate. Unos afirman, sin rubor, que es la habilidad del ciclista lo más importante. Otros opinan que es el peso, lo que hace hundirse más profundamente a las ruedas en el barro; alguno otro, más prudente, sugiere que es posible que el diseño de la cubierta propicie que retenga más o menos cantidad de barro. Sin llegar a ponerse de acuerdo y tras un concienzudo "desbarrado" continúan hasta el collado.
El relieve; espectacular. Las sierras del Gigante, Vélez Blanco y Maimón colman el horizonte extendiéndose de este a oeste, que el sol ilumina a contra luz, como mochas crestas de gallo. Son formas tabulares, llanas en sus cumbres, conocidas como muelas; separadas por valles, algunos como el de La Hoya de Taibena, entre ellos y Vélez Blanco, cuyo castillo blanquea nebuloso en la distancia. Según gente instruida; estos valles, son depresiones provocadas por el hundimiento de grandes cuevas, que el tiempo se encarga de rellenar, dando lugar a los llamados poljes.
Bajan por el camino de Gabar, ya sin barro, hacia la vereda real de la Loma del Águila. El Cerro de Gabar recorta sus mil quinientos once metros sobre el firmamento azul del oeste. Ya, casi abajo, después de pasar lo que queda de la casa forestal de Pozo Trigueros, lo dejan por el camino de la Umbría que sale a su derecha, en ángulo casi inverso. El camino sortea, uno tras otro, los barrancos que drenan sierra Larga por el norte, hasta llegar al collado de la Sima. Bajan hasta retomar el camino primero, para desandar lo andado y regresar al área recreativa de Las Iglesias, donde recuperan las unidades perdidas; Mateo, Vicente -que se volvió poco antes del collado de Manila, lo que lo libro del barro- y Máximo, que también se libró. Ya todos juntos regresan al pantano.
En Zarcilla de Ramos harán la segunda parte de su recorrido, frente a una mesa bien surtida; ensaladas y platos de embutido sirven para entretener la espera; unos níscalos, también ayudan hasta que llega el plato principal; arroz y conejo con serranas. Rico, rico, como diría algún famoso presentador de televisión.
El mundo es un pañuelo; dice el dicho popular. Se enteran entre bocado y bocado, que el dueño del bar regentó otros locales en Murcia capital, entre ellos La Bodeguilla, en la calle de las Mulas, lugar habitual de esparcimiento de Paco, hermano de Mateo, y que incluso llego a ser su amigo.
El pantano
La acuciante falta de agua y su oportunidad ha sido desde siempre un problema en el sureste español, en especial en las áridas tierras de Lorca. Con recursos propios tan limitados, necesariamente se han buscado desde siempre aportaciones foráneas; ya en 1550 los agricultores lorquinos solicitaron a los poderes públicos aportaciones de la cuenca del Guadalquivir, en concreto de los ríos Guadal y Castril. El recelo de los andaluces llevo a Carlos III a desestimar el proyecto y a la construcción de dos presas; la de Puentes sobre el río Guadalentín y la de Valdeinfierno sobre su afluente el Luchena. Comienzan las obras en 1785 en el estrecho desfiladero que excava el río entre las sierras del Gigante y la Culebrina, finalizando en 1806. Problemas con la maniobrabilidad de las compuertas provoca su colmatación con las primeras avenidas. En 1850 esta inservible, por lo que se recrece su presa en 15 metros, acabando las obras en 1897. Hoy se encuentra en situación similar, por lo que el Ministerio de Medio Ambiente ha redactado un anteproyecto para la construcción de una nueva presa, aguas arriba de la actual. Obra comprometida, al poner en peligro los numerosos yacimientos arqueológicos de la zona.
Mariano Vicente, diciembre de 2014.