No han hecho falta empaquetar la bici, un autobús vacío de maletas, ir a la primera parada y un amable conductor ha hecho el resto. Durante el trayecto "echo cuentas" de lo que cuesta la cerveza por aquí; 1.20 € la caña grande. Pero esta cerveza viene acompañado por una tapa, la primera de un plato de magra con tomate, la segunda uno de costillejas bien fritas, la tercera huevos fritos con patatas, la cuarta... una cena en toda regla.
El cielo oscuro, totalmente cubierto deja caer algunas gotas sin llegar a mojar la carretera. Abandonar Guadix te calienta enseguida, tienes que superar fuertes rampas para salir de su famosa "hoya". La carretera es un constante sube y baja entre viñas de uvas diminutas que van clareando para ser sustituidos por pinares, cada vez más espesos, entre grandes barrancos y elegantes balnearios donde los huéspedes pasean embutidos en blancos albornoces.
Mientras en el horizonte aparecen algunos claros y la población de la Peza, decido parar a almorzar y me cuesta conseguirlo, solo dos bares y es demasiado temprano para ellos, por fin lo consigo y me conformo con una tostada con jamón. Tras la Peza, comienza una subida constante de 9 kilómetros entre pinares. La carretera serpentea junto al regato; uno y otra se encajonan cada vez más, hasta que la última supera el puerto de Los Blancares y sus 1.297 metros de altitud. Lo bueno; es que hasta Granada, todo es descenso. Bonita bajada entre pinares y ciclistas que circulan en sentido contrario. A nuestra izquierda el pantano de Quentar y el pueblo prendido de la ladera bajo nosotros. Fachadas encaladas, tejados rojos, puertas y ventanas de colores, la gente en las terrazas. Ya se siente la proximidad de Granada, poco después entró en ciudad; autobuses, tráfico y turistas. Sacromonte, El Albaicín, dos carriles, el de la derecha caril-bus, dudo, me dejo llevar por otros ciclistas, llego a la catedral, estoy en mi destino. Esta tarde, llega mi mujer, iré a recogerla al autobús, después tapas y cerveza que para eso estamos en “Graná”.